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España y la revolución de la proteína alternativa: el futuro sostenible que ya está en marcha

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España y la revolución de la proteína alternativa: el futuro sostenible que ya está en marcha

Del laboratorio a la mesa: cómo España se posiciona como uno de los países con más potencial en la alimentación del mañana.

En los últimos años, España ha empezado a vivir una auténtica revolución silenciosa en el campo de la alimentación: la expansión del ecosistema de proteínas alternativas. Lo que hace apenas una década sonaba a ciencia ficción —comer carne sin animales o productos lácteos sin vacas— hoy se consolida como una tendencia imparable impulsada por la innovación, la sostenibilidad y un cambio de mentalidad en los consumidores.

El Good Food Institute Europe (GFI Europe), en su informe Ecosistema de proteína alternativa en España, dibuja un panorama esperanzador: un país con talento científico, empresas pioneras y un mercado en crecimiento, aunque todavía con importantes desafíos para convertir este potencial en liderazgo europeo.

España ocupa hoy el quinto puesto en número total de investigadores dedicados a las proteínas alternativas y el sexto en publicaciones científicas, lo que demuestra que el conocimiento está creciendo rápidamente. Sin embargo, la financiación pública y los mecanismos de apoyo a la innovación aún son limitados.

El estudio subraya que nuestro país se encuentra en el puesto 14 en productividad por habitante, lo que revela una brecha entre la capacidad científica y los recursos disponibles. Aun así, España se sitúa entre los primeros en eficiencia al relacionar publicaciones con poder adquisitivo, una señal de que la investigación es capaz de rendir incluso con presupuestos ajustados.

Este escenario plantea una pregunta clave: ¿qué podría lograr España si destinara una inversión sostenida a la I+D en proteínas alternativas, tal como ha hecho con sectores como la inteligencia artificial o las energías renovables?

Tres caminos hacia una nueva alimentación

El corazón de esta revolución se articula en torno a tres tipos principales de proteína alternativa, cada uno con su propio enfoque tecnológico y valor añadido.

Por un lado está la proteína vegetal, la más conocida y visible para el consumidor. Productos como las hamburguesas o salchichas de Heura Foods o Better Balance reproducen la textura, el sabor y la experiencia de la carne tradicional, pero con un impacto ambiental y climático mucho menor. Son alimentos que se alinean perfectamente con la dieta mediterránea, basada en vegetales, legumbres y cereales, y que además ayudan a reducir el consumo de carnes procesadas.

La segunda vía es la fermentación, un proceso ancestral que hoy se aplica con biotecnología avanzada. Gracias a hongos y microorganismos, empresas como Libre Foods están creando ingredientes con perfiles nutricionales y organolépticos similares a los de los productos animales, pero de manera más sostenible y escalable.

Finalmente, la carne cultivada representa la frontera más disruptiva del sector. A partir de células animales cultivadas en biorreactores, compañías como Biotech Foods trabajan en productos que son molecularmente idénticos a la carne convencional, sin sacrificio animal y con una huella ecológica drásticamente menor. Se calcula que, para 2050, este sector podría aportar 9.000 millones de euros anuales a la economía española.

El cambio no solo se da en los laboratorios: también se nota en las estanterías. En 2024, las ventas de alimentos de origen vegetal alcanzaron los 491 millones de euros, con un crecimiento interanual del 9,8 %, según el GFI. Además, uno de cada cinco hogares españoles compró carne vegetal al menos una vez durante ese año.

Estas cifras muestran que la alimentación basada en plantas ya no es una moda pasajera, sino una tendencia estructural. El consumidor español valora cada vez más los productos sostenibles, sin renunciar al sabor ni a la calidad. Y detrás de ese cambio de hábitos hay algo más profundo: una conciencia creciente de que la forma en que comemos impacta directamente en el planeta.

Retos y oportunidades para un futuro sostenible

Pese al entusiasmo, el informe del GFI advierte que España aún necesita políticas públicas decididas para aprovechar su potencial. En primer lugar, reclama un fondo de financiación específico para la investigación en proteínas alternativas, algo que ya existe en otros países europeos. También propone adaptar los instrumentos de innovación empresarial, como el PERTE Agroalimentario, para que las startups del sector puedan acceder a ellos sin quedar excluidas por criterios poco realistas.

Otra recomendación clave es que la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) ofrezca guías previas de autorización para nuevos alimentos. Este acompañamiento permitiría que las innovaciones lleguen antes al mercado europeo, garantizando la seguridad alimentaria pero sin burocracia innecesaria.

Asimismo, el informe plantea crear un “sandbox” regulatorio agrifoodtech, un entorno de pruebas que permita a las empresas experimentar dentro de un marco legal controlado. Sería una herramienta decisiva para acelerar la innovación y reducir los riesgos regulatorios que hoy lastran al sector.

Una oportunidad histórica para España

La transición hacia una alimentación sostenible no implica dejar atrás la tradición. El informe recuerda que los sectores agroalimentarios clásicos (como el cárnico, el lácteo, el vinícola o el del aceite de oliva) pueden ser aliados fundamentales en este proceso.

De hecho, algunas de estas industrias ya han empezado a diversificar su oferta incorporando líneas de productos vegetales o híbridos, combinando su experiencia con las nuevas tecnologías alimentarias. Esta convergencia entre lo tradicional y lo innovador puede fortalecer la competitividad española y posicionarla como un referente mundial en el desarrollo de proteínas alternativas mediterráneas.

El sector de las proteínas alternativas ofrece una oportunidad única: la de alinear economía, salud y sostenibilidad bajo un mismo propósito. Si España impulsa políticas públicas coherentes, inversión en ciencia y apoyo a la innovación, puede situarse en el centro de la próxima revolución alimentaria global.

El país cuenta con ventajas innegables: una gastronomía reconocida mundialmente, un ecosistema científico en expansión y una sociedad cada vez más receptiva al cambio. La pregunta ya no es si esta transformación llegará, sino si España sabrá aprovecharla a tiempo.