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La maternidad y los animales, una realidad cruel

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La maternidad y los animales, una realidad cruel

Del latín ‘mater’ nacen las palabras madre y maternidad. Del latín ‘mamma’ (pecho) surgen mamá y mamífero. Todas las hembras, humanas o no, tienen en común el hecho de poder concebir una o varias crías.

 

En el imaginario colectivo la maternidad y la figura de la madre, pone en valor la importancia de este papel para la sociedad tanto por engendrar generaciones futuras, como por la belleza y lo trascendental del desarrollo de una vida en el vientre y el posterior vínculo de amor y protección que se establece de madre a hijo o hija.

 

Esta empatía que sentimos por la maternidad y esa atmósfera entrañable, la trasladamos muchas veces a otras especies. Por ejemplo: causa ternura ver la conexión que se establece entre una madre elefanta y su cría nada más nacer o el asombro que nos origina que los animales salvajes sepan cómo actuar para proteger a su camada ante depredadores. Incluso nos conmueve cuando la naturaleza, a veces tan cruel, deja a un bebé huérfano o una madre desolada en medio de la inhóspita sabana.

 

Sin embargo, cuando se trata de animales cuyas vidas están destinadas a algún tipo de beneficio económico (industria cárnica en su mayor medida, aunque también la cría de animales exóticos o de animales mal llamados de compañía) desaparece por completo esta compasión y empatía que, en otros casos, hace conectar con ese sentimiento tan ancestral como es el amor entre una madre y su cría.

 

En la industria, las hembras son doblemente explotadas

A pesar de lo maravilloso y excepcional que puede ser el hecho de ser madre, las hembras, da igual de la especie que sean, que por el simple hecho de ser mujer estarán condicionadas en muchos aspectos de la vida.

 

Es por ello que existe el feminismo, pero, al margen de llevar a cabo una igualdad real entre hombres y mujeres, el poder analizar y tener una visión interseccional y antiespecista de ello, revela cómo las hembras de otras especies animales (vacas, cerdas, gallinas, cabras, conejas, perras,…) son doblemente víctimas y por lo tanto, merecen ser visibilizadas.

 

Este sistema capitalista industrial donde prima el mayor beneficio al menor coste y a toda costa, solo confirma la explotación cruel y desmedida que sufren las hembras dentro del sector alimentario.

 

Las hembras se convierten en un producto de valor por su carne, con el añadido de que también pueden ser meras máquinas reproductoras, desapareciendo ese concepto idílico de maternidad que se admira en otros contextos (anteriormente citados), ya que, la finalidad de mantener ese animal con vida es generar el mayor beneficio posible y, si además de carne puede engendrar cada año o cada ciertos meses varias crías que continúen este ciclo de rendimiento económico, mejor que mejor.

 

Dentro de esta rueda, existen diferentes tipos de explotación, ya que según la especie, la industria puede sacar diferentes beneficios: leche, huevos y nuevos seres a los que explotar.

 

Las vacas, los terneros y la leche

Las vacas lecheras no existen.

En los colegios siempre se han tratado a los animales ‘de granja’ como seres que nos proporcionan alimento. En el caso de las vacas debíamos dar gracias por ‘fabricarnos’ su leche para el desayuno, pero…ningún mamífero da leche sin haber pasado previamente por una gestación.

 

No hay magia dentro de la industria lechera. Existe un maltrato totalmente edulcorado y con el que crecemos y perpetuamos generación tras generación.

 

La leche, los yogures, los quesos, los helados, la mantequilla, la nata… Son algunos de los productos que se fabrican con la leche materna de una vaca. Un alimento que la misma naturaleza creó para ser el sustento de una pequeña vida.

 

Las vacas viven de forma natural aproximadamente unos 20 años. Como animales de granja este período se acorta significativamente llegando a alcanzar una media de seis años de edad, aunque, todo depende de lo productivas que logren ser, ya que una vez que no generan la leche esperada (una media de 40 litros al día), son sacrificadas para obtener carne.

 

Durante este tiempo son inseminadas de manera artificial cada año para gestar sin descanso. Las madres estarán durante diez meses dando leche y después del parto, al cabo de 90 días, volverán a ser inseminadas. El ordeño intensivo les produce en muchas ocasiones infección en las mamas, lo que supone que esta bebida contenga un pequeño porcentaje de pus, algo que la industria láctea permite.

 

Por otro lado, los terneros serán separados a las pocas horas de nacer y quedarán aislados en pequeños cubículos, lejos de su madre, para que no se alimenten de la leche que irá destinada a consumo humano. Allí permanecerá entre 4 y 11 meses en los que apenas podrá moverse para que su carne no endurezca y después serán enviados al matadero.

 

La separación entre la vaca y el ternero causa un trauma para ambas partes, ya que sienten un fuerte instinto materno-filial.

 

Cabras, ovejas y otros animales como camellos o burras, sufren el mismo proceso para obtener su leche y posteriormente aprovechar su carne.

 

Las cerdas y las jaulas de gestación.

La industria porcina depende de millones de cerdas para el nacimiento continuo de camadas de lechones que luego serán criados para carne.

 

Una cerda bien alimentada produce al menos diez lechones por parto y puede parir dos veces al año (el embarazo dura 3 meses, 3 semanas y 3 días).

 

Con estas premisas, las cerdas pasan gran parte de su vida en jaulas de gestación en unos habitáculos metálicos con reducida movilidad, pues apenas pueden dar unos pasos hacia delante o hacia atrás, pero no darse la vuelta.

 

La industria aprovecha al máximo el espacio para que las naves puedan albergar el mayor número de cerdas gestantes y que todo el proceso de alimentación y limpieza pueda estar automatizado.

 

Las cerdas tras ser inseminadas artificialmente permanecen en este tipo de jaulas (de gestación) y antes del parto, son trasladadas a un espacio algo más grande (jaulas de parto), donde las crías permanecen separadas de la madre a través de unos barrotes, para que no haya riesgo de aplastamiento.

 

Estas dos jaulas donde permanecen las cerdas toda su vida anulan cualquier tipo de instinto natural que estos animales puedan tener. Como seres inteligentes y sociables (tanto como los perros) sufren físicamente y psicológicamente ya que no pueden moverse ni estimularse de ninguna manera, además de no poder interactuar con sus crías tal y como se daría de manera natural.

 

Una cerda en libertad podría vivir hasta 15 años, mientras que en la industria, su vida se limita el tiempo justo para que pueda gestar al menos 7 veces a lo largo de 2 ó 3 años.

 

Los lechones permanecen hasta 12 horas junto a la madre en el denominado «encalostramiento», una etapa crucial para conseguir todas las defensas para su desarrollo. Finalmente estarán en el área de maternidad hasta ser destetados a los 25 días, pasando a un criadero de transición donde comenzará el engorde y sufrirán por una repentina separación.

 

Las crías que nazcan hembras, repetirán el mismo destino que sus madres. mientras que los machos serán castrados prácticamente a los pocos días de edad y sin anestesia y serán sacrificados entre los 3 y los 8 meses de edad.

 

Las gallinas, los pollitos y los huevos.

Según Igualdad Animal el 82% de las gallinas en España viven confinadas en jaulas. De media, cada gallina tiene menos espacio vital del que ocupa un folio. Pasan su vida en esas jaulas cuyas bases de alambre les produce cortes en las patas y donde no pueden abrir las alas.

 

Estos animales en libertad podrían disfrutar de la luz del sol, de baños de tierra, encontrar lombrices picoteando el suelo, buscar cobijo en un árbol durante la noche y vivirían una media de unos diez años o más..

 

Actualmente las gallinas ponen una vez al día, al menos durante los primeros dos o tres años de vida (antes de ser seleccionadas para producir más huevos hacían entre 20 y 30 puestas al año), por lo que, la industria se limita a mantenerlas hasta entonces para luego sacrificarlas y/o utilizarlas para pienso o alimento.

 

Y es que, no hay que olvidar que gallinas ponedoras son animales que se crían para producir huevos para consumo humano y, al contrario de lo que se cree, no existen huevos de gallinas felices.

 

Hay una numeración que cataloga la procedencia de los huevos en función de la calidad de vida de la que haya disfrutado la gallina, aunque esto no exime que sigan siendo explotadas (como ahora veremos). Un breve resumen de la numeración de huevos sería:

 

  • Nº 3: proceden de gallinas enjauladas y hacinadas. Suelen estar en malas condiciones físicas y nutricionales.
  • Nº2: proceden de gallinas que viven en el suelo, aunque si hacinadas en una nave. Suelen estar en malas condiciones físicas y nutricionales.
  • Nº1: proceden de gallinas camperas (que tienen acceso al exterior). No suelen recibir buena atención veterinaria.
  • Nº0: son gallinas alimentadas con pienso ecológico.

 

Independientemente de su numeración, a todas ellas se las corta el pico, reciben poca o nula atención veterinaria y su esperanza de vida no superará los dos años, bien porque su alteración genética les puede provocar enfermedades como cáncer o fracturas óseas, prolapso de cloaca e infecciones, o bien, porque ya no son productivas y serán sacrificadas.

 

Así es la vida de las gallinas… pero ¿y la de los pollitos?

 

Como sucede con otras especies, los pollitos que nacen hembras, seguirán este patrón de producción y los pollitos que salgan macho serán totalmente inútiles para la industria del huevo, por lo que serán sacrificados. Se les tritura vivos a las pocas horas de nacer o serán gaseados hasta morir.

 

A las gallinas ponedoras se les ha eximido genéticamente de la cloquez, ya que una gallina con instinto maternal (lo que comúnmente se conoce como gallina clueca), no sería rentable para la industria del huevo.

 

Este tipo de gallinas en la naturaleza, tras la puesta estarían concentradas en sacar adelante sus pollitos, dándoles calor con su cuerpo y protegiéndolos de agentes externos. A los 21 días nacerán y la madre seguirá pendiente de sus cuidados hasta que tras unas 6 semanas puedan desenvolverse solos.

 

Fuentes consultadas:

Igualdad Animal

Refugio La Vida Color Frambuesa.

 

 

Laura Jiménez Orts
Periodista y activista por los DDAA. Responsable de comunicación de la Unión Vegetariana Española. comunicacion@unionvegetariana.org

 

 

Comentarios

  • Charlotte Parker

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    12 junio 2023

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